Texto: Charo Martin
Foto: Luis Castilla
El espectáculo “Aneckxander: una autobiografía trágica del cuerpo” pone en escena un cuerpo en movimiento con una armonía anatómica singular. Los elementos del sistema óseo y muscular que muy raramente aparecen a los ojos del espectador se delimitan aquí en el espacio de una manera evidente, flagrante.
Junto a estos elementos físicos otros artificiales entran en la escena: una gola, unos guantes de boxeo y un calzado de plataforma equilibran, o a veces desequilibran, la posición vertical del intérprete e influyen sobre la disposición de las distintas partes de su corporeidad. Gracias a estos elementos el intérprete desarrolla una cuidadosa y sistemática exploración del movimiento que nos alumbra otro imaginario. En este sentido el espectáculo pone al público ante una confrontación con sus propios límites perceptivos.
¿Hasta qué punto puedo mirar y comprender una armonía anatómica que no me pertenece?
Alexander parece ordenar todas las notas de su escala corporal dando importancia a cada una de ellas. Cada músculo, hueso, tendón y articulación cobra sentido en esta nueva armonía física que desafía los límites del movimiento. Es bajo este prisma que me dispongo a analizar “Aneckxander. Una autobiografía trágica del cuerpo”, a partir de la poética de la “dodecafonía” musical. Una suerte de transposición de la democrática combinatoria musical de Shoenberg (ver nota al pie) con la democracia corporal de la anatomía de Aneckxander.
Alexander, vestido como director de orquesta, levanta un pedazo de suelo, se cubrey
¡zas! , cae el traje. He aquí un cuerpo instrumental que se deforma e informa, sonidos de piel y músculo.
Él es músico con notas de piel. No consigo focalizar la mirada hacia ningún sonido concreto y entonces escucho cómo Aneckxander se hace y se deshace con lentitud de tendón y músculo, de extensión articulada. Recorre el escenario, apenas unos pasos desde el fondo, traza un recorrido físico y espacial específicos, desde la izquierda a la derecha, delante, detrás, no tan detrás, Aneckxander llega cuando llega la mirada, algo incrédula.
-¡Mira!, ¡miradme! ¡mi nuevo yo!. Una posibilidad, digo, por que hay otras, muchas otras, otras muchas, todas cuantas me permitan las notas de la escala corporal.
Yo miro, sí…
Mientras le digo esto, toda su sangre se reúne en su rostro como un indicio del esfuerzo que se requiere para la transformación. Y de nuevo el cuerpo se desliza hacia la música, tan medida como inesperada: tramo a tramo se abulta y se encoge. Ahora está delante, con nosotros y sonríe. Si, una vez más lo ha conseguido.
Entonces Aneckxander abandona, abandona al director de orquesta y se sitúa al fondo del escenario. Está Aneckxander en cuclillas delante del piano, su tronco cae sobre el piano, cubriéndolo.
Aneckxander está de espaldas, con un pequeño balanceo que se inicia en la cadera. Está tocando las teclas y desliza los dedos sobre el piano. Construye una melodía lenta y exacta, perfectamente menor. Esta melodía articulada hacia un centro tonal contrasta con la anterior melodía de su cuerpo, otra melodía donde cualquier parte parecía tener la misma importancia que las demás. Todas las partes de su cuerpo tenían la autoridad para sostener y articular, plegar o estirarse, como pide la esencia de ladodecafonía.
Aneckxander parece ahora sin embargo limitarse a una pocas notas. Juega y despliega, danza aérea de un cuerpo largo y flexible. Ora en el suelo, ora subo, limitado por lo humano, por la escala menor de lo humano, nostalgia de cómo habría que ser: coherencia física, clásica matemática musical.
Y Aneckxander se atreve con el loop del “más difícil todavía”. Una poética de la repetición con trazos de serialismo en modo menor añadiendo pies con plataformas, gola y guantes de boxeo para amortiguar el golpe, el ataque del acorde muscular sobre el suelo. En cada serie más notas. Un acorde menor y determinado, que establece un juego menor que se repite. Un juego donde un Aneckxander tenaz juega al “másdifícil todavía”. Todavía sorprende cómo, reunidos los huesos, golpean a los ojos que miran la no-danza. Los huesos golpean la secuencia recurrente donde se sienta o se cae, se lanza y se alza y parecedecir…
(Ahora con guantes de boxeo que no luchan).
(Y ahora con gola).
Hasta que respira, inspira y espira hacia la forma dada y respiran los sentidos aliviados y ríe también, ríe su lengua y se estira, ríe su pene bajo el tórax y se alarga y se divierte… Quiere Aneckxander que toda esta sinfonía democrática acabe de manera imposible: desafiando a la gravedad. Anclados los pies-plataforma en el suelo rinde su tronco en una reverencia muy amplia, muy orgullosa de lo oblicuo.
He aquí que su columna no se doblega. Brazos y piernas replegados se estira hacia el suelo en diferentes ángulos. Izquierda, derecha, oblicuo, ligero, ligero y orquestado…..¿Es el final?
Sonríe delante el niño-cuerpo, el niño orquesta, el director de orquesta, el intérprete del loop emocional ante el loop de aplausos. Poéticos aplausos al “¡más difícil todavía!”, a una interpretación musical con un cuerpo dodecafónico. Y ahora el bis. La melodía menor nos atrapa en la silla. Nos intriga con otro acorde que se agolpa contra el suelo, pero solo a algunos de nosotros, los que quedamos, porque otros ya se han marchado detrás de sus abrigos. Hace frío y es noviembre.
1) El método de la dodecafonía de Shoenberg de “composición con 12 sonidos”, cuyo objetivo era una “nueva ordenación y leyes” que pudiesen sustituir las fuerzas formativas de la armonía tonal, deja el máximo espacio a la fantasía y al poder creador del compositor. (Michels,2009)