Texto: Mercedes Vega Navarrete
Foto: Luis Castilla
Un joven, muy joven, insultantemente joven y bello. Accede a la sala por la puerta de entrada del público, con un teclado bajo el brazo como si de profesor de orquesta se tratara.
Recorre el escenario por un lateral hasta llegar al fondo donde deposita el teclado.
Silencio, el silencio como protagonista.
Sorprende e impacta con su desnude que muta en formas ambiguas e irreconocibles.
La ambigüedad del ser, que con la mediación de prótesis-instrumentos reta sus posibilidades, que encara posiciones con las que juega durante toda la pieza.
Contorsionista pulcro.
El cuerpo como espectáculo trágico y cómico.
El intérprete comparte con el público sus gestos, gestos que inundan el escenario. El más difícil todavía.
La tragedia desborda su cuerpo desporporcionado.
Recreaciones corpóreas que contorsionan su cuerpo, su estructura, su esqueleto, y encogen el alma. Sufrimiento. Embarga la pena, aflige, sin llegar al llanto.
Golpes que sacuden el subconsciente dormido.